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Una meta que nos conecte

Por María Jesús Parada


El fin de año supone para muchos, y para mí también. Un mirar el año que acaba de pasar y agradecer pensando en el nuevo año que vendrá. En ese momento, muchas veces nos ponemos metas para alcanzar y nos hacemos ilusiones de llegar lejos y lograr más.

Esta columna es una invitación a tener una meta, que me parece esencial en este momento planetario: la de situarnos en nuestro eje central, detenernos, experimentar la calma, caer en la cuenta de pequeños cambios que están muy cerca y que podrían tener un enorme impacto en cómo percibimos y en cómo otros/as de mi alrededor perciben la vida.

Mi invitación es a que no sea otro si no este el regalo más preciado que podamos traspasar a las infancias presentes y venideras, tanto como una actitud personal como la posibilidad de compartir las herramientas para que a su vez nuestros/as niños/as puedan, desde los inicios, encontrar en sí mismos/as la calma y el bienestar.

Nuestro cuerpo y mente pueden desarrollarse con mayor bienestar del que hemos alcanzado hasta ahora gracias a las ciencias.

Hemos “conversado” en varias columnas sobre nuestra realidad de seres animales. Lo que digo, es que somos animales que hemos alcanzado un desarrollo humano, sin embargo, seguimos siendo una especie animal. Y esto es quizás bien obvio, pero por razones que creo que tienen que ver con nuestra ajetreada vida mental y llena de compromisos y quehaceres lo olvidamos a diario y es en esta realidad que radica nuestra riqueza cotidiana: volver a nuestro cuerpo.

Somos animales y eso esconde profundas verdades. Nuestro cuerpo está lleno de información, y para conocer esa información es menester validar el cuerpo como una fuente rica de aprendizajes.

Nazareth Castellanos, Doctora en Neurociencias de la Universidad de Complutense de Madrid y directora del laboratorio de Niarakar, que ha dedicado sus estudios a la relación cuerpo, mente y bienestar a nivel químico molecular, nos enseña que nuestros pensamientos y nuestras emociones se alimentan de nuestro cuerpo y que este último tiene una función crucial en nuestro bienestar. (2021).

Así, en sus estudios y recopilaciones, nos invita a hacer un viaje por diversas funciones de nuestro cuerpo, de las cuales hoy tomaré tres: Nuestra postura, nuestro intestino y nuestra respiración, como hitos bases que, bajo mi opinión, deberíamos inculcarlos desde que somos pequeños/as, de modo de no tener que estar aprendiéndolos forzosamente de adultos y de descubrir desde los inicios de la vida lo valioso que aguarda en el cuerpo.

Aquí vamos:

Nuestra postura corporal influye en las emociones que sentimos y en nuestros procesos cognitivos, en cómo nuestra atención y memoria se ven afectadas. Por ejemplo, se ha estudiado que si tenemos una tendencia a tener posturas encorvadas y cerradas, mi mente tenderá a un sesgo negativo, es decir, se evidencia que cuando una persona sostiene esta postura, su cerebro tiende a resguardar, observar y memorizar lo más negativo de su entorno, y sus capacidades cognitivas se verán disminuida. (Michalak et al 2014). Así mismo, cuando estamos en relación con otros, nuestros cerebros registran las posturas y hacen lectura de ello. Por el contrario, cuando sonreímos, aún cuando sea sin motivo, se desencadenan procesos relacionados con sensación de bienestar en nuestro cuerpo. Esto nos lleva a tener y proponernos cultivar en nuestros/as niño/as posturas amables, entendiendo que esto tiene un impacto en cómo vemos y comprendemos la vida.

Por otro lado, dentro de nuestro cuerpo, se encuentra nuestro intestino y nuestro cerebro. En nuestro intestino, se encuentra la microbiota, casi dos kilos de bichitos que regulan nuestra vida intestinal y – tal como se ha ido descubriendo- muchas otras funciones.

En el cerebro están nuestras neuronas, encargadas de la actividad eléctrica y de comandar.

El gran descubrimiento del último tiempo, es la interacción entre el intestino y la actividad neuronal. Donde se ha descubierto, que es el intestino el que envía las señales químicas al cerebro, incluso se ha evidenciado que el intestino, nuestra microbiota, todos esos miles de bichitos que hay en nuestros intestinos regulan la actividad bioquímica de nuestro cerebro, y se dice que es uno de los principales reguladores de nuestro estado de ánimo (Castellanos, Nazareth, 2021). Más aún, en los últimos estudios de la University College Cork de Irlanda, se ha indagado y comprobado el impacto que tiene el intestino y la microbiota en el modo en cómo nos entendemos a nosotros mismos.

A su vez, nuestra microbiota se ve afectada por variadas cosas, principalmente, por la dieta, el ejercicio, nuestra forma de nacer, la contaminación, etc.

Bajo estos estudios se confirma entonces la frase “somos lo que comemos” y toma vital importancia el cómo las decisiones cotidianas de lo que comemos y dejamos de comer, impactan en nuestro bienestar, ya no solo porque podríamos llegar a tener X o Y enfermedad, sino porque, se relaciona directamente con nuestra comprensión de la realidad, nuestro estado de ánimo y nuestra forma de afrontar el día a día. ¿Qué pasaría si en familia tomáramos la decisión de comer alimentos que nos hagan bien?

Por último, nuestra respiración también impacta en nuestro cerebro, en cómo vemos el mundo, cómo lo interpretamos y cómo nos sentimos.

Hace tres años en la revista Science, se publicó que nuestro cerebro es capaz de detectar cómo es nuestra forma de respirar, y esto es importante no solo por el proceso de oxigenación, sino que también, se ha descubierto que la forma en la que respiramos influye en nuestros estados mentales, impactando en nuestra atención, nuestra memoria y nuestra respuesta a las emociones. (Yack et al 2016).

Para trabajar la regulación de nuestras emociones, se debe tomar conciencia de la respiración y ralentizar, aprender a respirar por la nariz de manera profunda siendo observantes de como estamos respirando. (Zelano et al, 2018). Esto nos ayuda a conseguir calma a nivel emocional y mental.

Es curioso que aun cuando la idea de llevar una vida saludable esté en nuestro inconsciente colectivo, no siempre le dediquemos toda la importancia que merece.

Enseñar a respirar para mí, debería estar en los programas escolares, en las recomendaciones para el hogar y, así no tener que llegar a la edad adulta buscando estrategias en todas partes para lograr sentirse calmo/a.

CONCIENCIA CORPORAL, ALIMENTACIÓN, RESPIRACIÓN, SONREÍR, DAR LA POSIBILIDAD DE EXPLORAR CÓMO SE SIENTE NUESTRO CUERPO Y CRECER CALMOS/AS APRENDIENDO DEBIDO A QUE YA LO HEMOS EXPERIENCIADO MÚLTIPLES VECES Y CONOCEMOS NUESTRO CUERPO.

Nuestro estilo de vida, el planeta, nuestro entorno, ha estado haciéndonos un fuerte llamado en estos últimos años.

Cada una de estas cosas requieren de un hábito, un practicar juntos/as, la posibilidad -como niño/a- de ver estos actos y los efectos de ellos en otros/as.

Ser conscientes de nuestro cuerpo, detenernos a sentirnos bien, en calma, saber cómo volver a ella cuando la vida se pone a tambalear, es algo que podemos aprender padres, madres, cuidadores y niños /as todos junto/as, es un aprendizaje comunitario y muy valioso y podemos empezar por algo pequeño, elegir un elemento de los ya nombrados, como respirar. Practicar nosotros/as mismo/as y enseñarles a nuestros/as niñas/os de esa herramienta poderosa de regulación, y cuando entonces tengamos esa sensación de cuánto bien nos podemos hacer, quizás daremos el siguiente paso, de alimentarnos mejor, y ser más consciente nuestras posturas. No es necesario hacerlo todo de golpe, basta con partir por una meta y poco a poco podremos aprender del gran tesoro que aguarda siempre en nuestro propio cuerpo y que nos permite relacionarnos y sentirnos unos con otros en una comunidad del bienestar.

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